
Nuestro protagonista comparte nombre con un conocido ciclista español, ganador de un oro en los Juegos Olímpicos de Pekín, y habitual en múltiples titulares: Samuel Sánchez. Pero para él la carrera es otra. Este otro Samuel desarrolla su trabajo en un ámbito puntero, la nanotecnología, que ocupa muchos menos titulares, pero cuya meta es aún mayor: nanorobots y microrobots que puedan ayudarnos a acabar con el cáncer.
En 2014 la edición en español del MIT Technology Reviews lo eligió como el innovador del año menor de 35 años. Y en 2015 este doctor en Química por la Universidad Autónoma de Barcelona se convirtió en el profesor más joven contratado hasta el momento en el Instituto de Bioingeniería de Cataluña (IBEC), tras años en Japón y Alemania.
Desde los 14 años le mueve la curiosidad por saber qué pasa cuando se mezclan cosas, las ganas por crear algo nuevo de elementos más simples. Y la idea de usar nanorobots llegó tras una conferencia de Joseph Wang, experto en la materia, que escuchó tras doctorarse: “Nos habló de lo que él estaba empezando a hacer, pequeñas cositas que se movían, y me encantó para mi investigación. El irme a Japón facilitó el hacer este tema tan puntero, arriesgado y apasionante.”
¿Pero qué es un nanorobot?
Es un pequeño dispositivo que se mueve por sí mismo y que puede llegar a medir… ¡mil veces menos que el diámetro de uno de nuestros pelos! Algunos de ellos se usan ya para limpiar, por ejemplo, aguas contaminadas. El reto actual es conseguir que estos diminutos robots puedan atravesar las capas de un tumor cancerígeno para llevar la medicación directamente al centro mismo de éste, a diferencia de la medicación actual que lo ataca desde capas externas.
De momento, como el propio Samuel nos cuenta, van por buen camino. Parecen haber resulto uno de los principales desafíos: encontrar ‘gasolina’ para esos dispositivos. Hace algunas semanas publicaban sus buenos resultados utilizando glucosa y urea como ‘combustible’ para autopropulsar estos nanorobots dentro del cuerpo humano sin causarle daños. Pero sus observaciones, por ahora, se limitan al laboratorio. Le preguntamos por plazos para las primeras pruebas en humanos. Reconoce que es difícil pero, “quizás en 10 o 15 años”, reconoce no sin cierta duda.
Hoy su trabajo se sostiene fundamentalmente con fondos de la Unión Europea, dinero del Gobierno alemán para uno de sus proyectos, la beca Alexander Von Humboldt de dos de sus investigadores postdoctorales, pero no descartan acudir en un futuro a la financiación privada. Es una carrera de fondo y el reto para estos minúsculos dispositivos, gigante.

Laura Prieto Calvo

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