Hace 10 años dos jóvenes estudiantes de Ingeniería Informática, tuvieron una idea. Y decidieron apostar por ella, y convertir lo que iba a ser un proyecto de fin de carrera en una empresa por la que dejarse la piel. Así nació Libelium, una gran apuesta por lo que llamamos Internet de las cosas (IoT en sus siglas en inglés), y por un mundo más eficiente, sostenible y seguro gracias a esta tecnología.
Alicia Asín y David Gascón son los creadores de Libelium, compañía tecnológica dedicada al desarrollo de dispositivos inteligentes autónomos. Es decir, pequeños circuitos que caben en la palma de la mano, se comunican de manera inalámbrica a través de Internet y pueden medir hasta 72 parámetros diferentes. ¿Para qué sirven? Pueden, por ejemplo, enterrarse en el suelo y monitorizar las plazas libres de un aparcamiento. O esa misma tecnología, utilizando otros parámetros, puede detectar la probabilidad de enfermedades en los cultivos, medir la humedad de la Tierra, predecir la crecida de un río, la erupción de un volcán, o detectar niveles de radiación solares en las playas y lanzar alertas. Pero las posibilidades del Internet de las Cosas (IoT) no acaban ahí.
Internet de las Cosas desde Zaragoza para el mundo
En 2011 Libelium envió sus dispositivos a Fukushima para la medición de radiación nuclear tras el desastre. En Barcelona, una de las principales ‘ciudades inteligentes’ de Europa, esta tecnología ha permitido optimizar el sistema de riego para ahorrar agua. Además sus dispositivos pueden adaptarse para medir la contaminación del aire, optimizar el tráfico y la iluminación urbana, medir la calidad del agua…. Todo para crear ciudades más eficientes.
Actualmente Libelium exporta su tecnología a más de 120 países -con presencia sobre todo en Europa, Estados Unidos y Oceanía-, recibe múltiples premios y sus dispositivos han llegado incluso al espacio, para realizar mediciones sobre las tormentas solares y sus efectos en la salud. Pero sus creadores insisten, más allá de la espectacularidad, lo importante de esta tecnología es su impacto directo en la vida de las personas.
Imaginemos un mundo en que la carretera puede analizar el tráfico, calcular el tiempo que tardarás en llegar al trabajo, comunicarse con tu despertador y explicarle que te puede dejar dormir 10 minutos más porque ese día el tráfico es menos denso de lo habitual. Ese es también el futuro del Internet de las Cosas (IoT), y puede que esté solo a la vuelta de la esquina.

Laura Prieto Calvo

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