
Tocar los números. Hacer tangible lo abstracto. Esa es la principal función del ábaco, un instrumento con siglos de antigüedad, cuya utilidad no pasa de moda. Desde hace varios años los ábacos han vuelto a buena parte de las aulas occidentales, para enseñar a los niños a sumar, restar, multiplicar y dividir tal y como lo hacen desde hace siglos en Oriente, visualizando las operaciones matemáticas del mismo modo en que uno puede ver las formas geométricas, permitiendo a los más pequeños trabajar con lo tangible, en lugar de comenzar con conceptos abstractos.
Pero hay más. Desde hace aproximadamente un año, el programa Brain Factory +50 trabaja en colaboración la Sociedad Española de Neurología en el uso del ábaco contra los efectos del envejecimiento cerebral, y más concretamente del Alzhéimer, la epidemia silenciosa del siglo XXI, con más de 44 millones de afectados en todo el mundo.
El programa piloto de Brain Factory +50 demostró que el aprendizaje con ábaco, adaptado al nivel de cada usuario, provoca un aumento del número de conexiones neuronales, y ayuda a mantener estables las conexiones activas, además de trabajar la motricidad fina, la concentración, la orientación espacial y la observación.
Actualmente esta metodología está en marcha en varios puntos de España, donde psicólogos, pedagogos, profesores y personal docente trabajan con distintos grupos: personas sanas, personas con deterioro cognitivo y pacientes diagnosticados con Alzhéimer en estados iniciales. El protocolo es sencillo: sesiones presenciales de una hora y media, una o dos veces por semana, en las que los alumnos deben realizar una serie de ejercicios, de acuerdo a unas pautas de uso, y que varían en dificultad, según el tiempo que llevan practicando, su avance y su nivel previo en capacidad lectora y matemática. Las sesiones se completan, además, con fichas de ejercicios personalizadas para cada paciente.
La interacción social, otra gran arma contra el deterioro
“De la misma manera que vamos al gimnasio para que nuestro cuerpo esté sano, intentando sortear los efectos del tiempo, ejercitamos el cerebro para que la memoria, el lenguaje, la atención… sigan siendo todo lo “jóvenes” que se pueda”, nos cuentan desde Brain Factory. Han hecho suyas las palabras de Leonardo Da Vinci cuando decía: “Lo mismo que el hierro se oxida por falta de uso, también la inactividad destruye el intelecto”. Y han sumado a la ecuación otro factor clave en el deterioro cognitivo: el aislamiento social. “Cuando los alumnos asisten a una clase se trabaja es otro aspecto, muy importante, pero que pasa muy desapercibido: la sociabilidad. Las personas mayores tienden a quedarse solas, a no salir a la calle, a ir encerrándose. La motivación por asistir cada semana a un lugar determinado y encontrarse con otras personas con intereses comunes e interactuar con ellas les ayuda mucho a aumentar su autoestima, a fomentar las relaciones sociales… Evita la tendencia a encerrarse. Recordemos que el aislamiento social es un factor de riesgo para padecer una demencia, entre otros trastornos psicológicos”, señalan.
No pueden, por desgracia, curar el alzhéimer, pero sí prevenir el deterioro y paliar levemente los efectos de la enfermedad. Un pequeño granito de arena que puede suponer una gran diferencia.

Laura Prieto Calvo

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